Para después de un paseo por Urbasa, ¡¡Borda!!

El local por fuera apunta maneras de que comerás bien, y es que es la típica estructura de caserío en estilo vasco, con un parking cercano de tierra pero con techumbre para los coches, rodeado de terreno y con vistas a los montes de alrededor (mejor si elegís un día soleado porque a nosotros nos caían chuzos y la verdad de las vistas se disfrutaba más bien poco).

En el interior lo que más me sorprendió fue el espacio diáfano a lo largo de todo el espacio desde mismo la entrada hasta el final, y es que lejos de lo que puede ser un restaurante más tradicional aquí encontramos una primera zona con mesas y bancos corridos, y otra zona más al fondo donde ya había mesas con manteles y donde comimos a la carta. Eso sí, como digo, sin separar ninguna de las zonas por ninguna estructura, sino todo diáfano.


En lo que sería el aspecto gastronómico nada que objetar, sino más bien todo lo contrario, y es que todo estaba riquísimo, muy bien preparado y cocinado, así que salimos de allí más que satisfechos. Un punto muy a favor es que cuando ordenas la comanda puedes elegir ya el postre caliente en caso de que seas de dulce, porque estas elaboraciones les llevan algo más de tiempo que los postres fríos. En nuestra mesa fui la única que tomó postre frío y la verdad es que repetiría porque a mí el dulce no es que me apasione, y consideré todo un acierto el pedir un postre frío y ligero tras pedir recomendación al camarero que nos atendió.
Para el plato principal además recomiendo la merluza, buenísima, y con una ración más que generosa para no quedarse con hambre, además, la salsa me pareció de primera (bueno, en realidad todos los platos me pareció que estaban perfectamente aderezados).

De precio creo que rondó los 40-50€ por persona, la verdad no me acuerdo muy bien, pero comimos de maravilla y yo creo lo que subió más la cuenta fue el vino acompañado de los postres riquísimos, ya que no tengo la sensación de que la carta en principio despuntara mucho en cuanto a los precios.

Quizá el punto más negativo estuviera a la hora de pedir la cuenta, ya que como ocurre muchas veces, es en este momento cuando los restaurantes se relajan y acabas pidiendola con insistencia o valorando la posibilidad de levantarte de la mesa directamente. En este sentido sí que nos hicieron esperar un ratillo, y es que a pesar de que estábamos entretenidos creo que sobraba semejante demora.


La afluencia de personas a comer me pareció tremenda, para ser un lugar que está algo apartado y que entiendo que más que nada vive de las personas de los pueblos de alrededor, estaba llenísimo y vimos que el trajín de personas entrando y saliendo era un no parar; de hecho, nosotros estuvimos acompañados por unos más que reincidentes visitantes del restaurante, así que si el que es de la zona no se cansa de repetir, será por algo.

¿Recomendarlo? pues la verdad es que sí, por esa zona nunca nos habíamos planteado comer pero nos quedó clara la referencia para excursiones futuras por la zona, que el Urederra está practicamente a tiro de piedra y siempre viene bien conocer un lugar donde se coma en condiciones.

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