La pastelería Pasteis de Belém es un lugar de paso obligado cuando uno visita este barrio de Lisboa y supongo que os podéis imaginar el motivo.
A mí normalmente no me gustan demasiado los pasteles (por no decir nada), pero aquí tenía la obligación de probar uno de los famosos pasteles de Belém, así que en lugar de esperar la enorme cola que salía a la calle para comprar una cajita de media docena de pasteles, decidimos entrar y tomarnos allí mismo un pastelito con un batido de chocolate.
El caso es que al verlos alrededor no estaba muy segura de si me iban a gustar porque una oye de todo, que si son de natillas, que si no se qué crema, que si está caliente, que si con canela, que mejor canela y azúcar, o quizá solos pero bueno, al probarlo tengo que decir que me pareció riquísimo, y para mí está relleno de crema, pero una crema suave que no te deja sensación de estar demasiado dulce, así que me encantó. Además, el pastelito te lo sirven calentito, recién salido del horno, y creo sinceramente que aunque te los lleves en la cajita recién hechos no te sabrán igual en casa porque es difícil de conseguir que la textura y la crema estén de nuevo como en ese momento en que te los sirven en la cafetería. Parece ser que los propietarios heredaron la receta de los monjes del Monasterio de los Jerónimos, y quién iba a decirles el tirón que tendría aquello, ¿verdad?, porque lo cierto es que yo creo que los pastelitos son tan famosos como la Torre de Belém, en serio.
Del local os puedo decir, que así como la parte que diríamos de venta al público es pequeña y consiste básicamente en un mostrador detrás del que ves cómo de manera manual van empaquetando los pastelitos en alargadas cajas de cartón a razón de 6 pastelitos por caja; pues el resto se convierte en un auténtico laberinto lisboeta adornado con azulejos en blancos y azules sobre todo que yo creo que permiten disfrutar de la cafetería como era en un principio. De hecho, y en cuanto a la parte de fabricación de los pasteles, se puede observar parte del proceso a través de unas grandes cristalera que aíslan esta zona de curiosos con la mano demasiado larga, y a mí me llamó bastante la atención ver cómo dos chicas se encargaban de voltear cada molde de los pastelitos para dejarlos en la bandeja que iría después directa al empaquetamiento tras el mostrador.
Una cosa curiosa es que en una de las salas de la pastelería, hay un camarero que se encarga principalmente de asignarte una mesa, supongo que lo habrán montado así más que nada de cara a establecer algo de orden en el lugar, porque fabrican unos 7000 pastelitos al día y está claro que por allí pasan un gran número tanto de turistas como de habitantes de la propia ciudad dispuestos a degustar una dulce merienda en un lugar con tanta historia.
Los pasteles creo recordar que eran baratísimos, a menos de un euro, de hecho a nosotros lo que nos subió más el precio fueron los batidos de chocolate, que eran hechos naturales, y por dos pastelitos y dos batidos pagamos unos 5 euros, pero vamos, que recuerdo que los dos pastelitos no llegaban al euro.
Como ya he dicho, para los que se queden con ganas de más te venden cajitas de media docena, aunque sinceramente pienso que recalentados en casa deben perder bastante de su sabor y textura original, aunque supongo que para los que sean muy golosos y queden encantados no será una mala opción llevarse algunos para casa. Eso sí, con las altas temperaturas hay que tener cuidado con las cremas, que ya se sabe que no son lo más recomendable para estar varios días a temperatura ambiente.
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