Lubina en Zárate, Bilbao

Visitamos este restaurante con motivo de una comida de amigos para degustar uno de sus menús, a sabiendas de que es un lugar que destacar por su especialización en pescado.

El local la verdad es que me sorprendió por su reducido tamaño, si bien es verdad que el Zárate en sí no cuenta con un gran aspecto exterior, no pensé que iba a ser tan pequeño.
Un detalle a destacar es que en lugar de la típica mesa rectangular para grupo, montaron un cuadrado perfecto para 9 personas que hacía que todas nos viésemos perfectamente las caras, lo cual no suele ser de lo más habitual pero sin duda hay que mencionarlo.

Pude observar que habían colocado una tele en la pared frontal según accedes al restaurante, aunque desde mi punto de vista sobra, eso sí, desconozco si ofrecen menús de día y quizá entonces sí que le den uso. En nuestro caso particular, y un sábado, la verdad es que no pintaba nada para los grupos que estábamos allí.
Además, justo frente a nuestra mesa pero en el lado derecho había un jamón preparado para su corte, y una pequeña vitrina con algunas botellas, la máquina de café y una caja de tes variados.
Me llamó la atención que lo tuvieran allí delante, ya que el acceso al aseo quedaba justo a la derecha, y creo que no era la mejor ubicación para ello, pero como hay que tener en cuenta que el local tiene un tamaño bastante ajustado, pues entiendo que no podrán encajarlo en otro sitio (de hecho al ir al aseo me encontré con una trona de niño metida en el baño de las chicas, lo cual me pareció fuera de lugar y totalmente inconveniente).

Otro detalle que no me gustó demasiado es que la cocina tiene una ventana (estilo americano) directamente a la zona de mesas, de manera que continuamente ves cómo los cocineros van pasando los distintos platos a los camareros, y estos tampoco cuentan con un lugar donde estar cuando no te atienden directamente. La verdad es que la sensación que tuve durante toda la comida fue la de falta de espacio.


En cuanto al menú en sí, en nuestro caso contaba con unos platos de jamón para compartir (desde mi punto de vista más bien escaso y cortado en láminas finísimas), seguido por un micuit, y una parrillada de verduras, que no estaba nada mal.
Y como platos fuertes podíamos elegir entre lubina salvaje o entrecott, aquí lo cierto es que no me quedó nada clara la variedad porque yo iba con la idea del rodaballo (en principio se podía elegir entre rodaballo y lubina), pero no sé bien el motivo por el que al final el pescado quedó reducido a una única oferta.
En todo caso, de la lubina no puedo decir menos que estaba riquísima, en su punto, muy bien preparada y con una textura y un sabor buenísimos. Primero te la presentan abierta en una bandeja, y después la llevan a la cocina para servir en cuatro platos, con un plato adicional para la cabeza. Quizá aquí la única pega esté en la poca presentación, más bien escasa del plato, pero se te olvida rápidamente por lo bueno que resulta al paladar.
Por contra, sobre la carne no puedo mostrar el mismo entusiasmo, y es que si bien estaba buena, desde luego no llegaba ni con mucho a la altura de la lubina, podemos decir que era buena, pero desde luego no de primera. Además, la presentación de la carne, que sí que podía haber sido más elaborada se limitó a dejar unas patatas fritas junto a una pequeña cantidad de pimientos. Desde luego, insuficiente para un menú con semejante nombre.
Y por último, en cuanto a los postres, nos dieron la sorpresa de poder cambiar el pastel vasco templado por un yogurt artesanal con arándanos. En este caso, y tras haber probado el pastel, me alegré un montón de haber podido elegir yogurt, que me pareció muy bueno en sabor frente a un pastel que al menos en la cucharada que probé sólo me supo a canela.
Eso sí, el tamaño de los postres me pareció escandaloso teniendo en cuenta que tanto con la lubina como con la carne no te quedarás con hambre. Asombroso que mantengan semejante tamaño de postre, cuando normalmente suelen ser mucho más escasos.

La nota final, tras pedir los cafés, fue la pregunta por parte del camarero de si queríamos un chupito de crema o de hierbas, de manera que allí cada uno eligió a su gusto y la sorpresa llegó con la factura. Cada chupito nada menos que 3,50 euros, es decir, que todos entendimos que se trataba de un detalle de la casa, y no sólo nos lo cobraron sino que además ni siquiera nos dejaron elegir la botella.
En este sentido, y partiendo del hecho de que el menú ya ronda los 50€, el restaurante patina estrepitosamente, y desde luego tira por tierra el buen sabor de boca que te haya podido dejar anteriormente durante la comida, ya que si bien la lubina estaba espectacular, cada uno de los que estuvimos allí seguro que acabamos recordando el restaurante por este detalle tan feo, que en mi caso particular me lleva a tener claro que no es un lugar al que volveré ni mucho menos.

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